lunes

Desde un rincón del cuarto, Amanda tenía su mirada fijamente en Eduardo, como pidiendo una respuesta, suplicando una respuesta, pero Eduardo solo miraba como sus manos jugueteaban. No sabía como decirle todas esas cosas que se guardaba para sí.
Amanda trataba  de entender su mudo lenguaje, quería acercarse a acostarse a su lado, tomar sus manos y hacerlo dormir en su pecho, quería hacer tantas cosas. Contarle historias, amarlo, besar sus labios, tocar su alma y con él sentirse mujer eternamente. Pero Eduardo sentado en su cama, seguía mirando sus manos. No tenía respuesta alguna.
- No me responderás?- Se atrevió a decir ella. Sabía que la respuesta que buscaba estaba más lejos que el tiempo que habían estado separados.
- Las cosas han cambiado, Amanda.

Del alma de ella nació la lágrima más penosa y patética. Se aseguraba a ella misma que no lloraría, ya era tarde. Eduardo por fin la miró, pero en sus ojos Amanda ya no se veía reflejada. Sus ojos estaban opacos, con temor y soledad. Pareciera que el tiempo hizo de él un monstruo. El había besado a la muerte y ya nada iba a cambiar eso. Eduardo estaría muriendo de a poco, sin la mujer con la que paso sus mejores años de su vida. Con la que le había hecho sentir tantas cosas en un tiempo.
-Jamás te atreviste a decir que me amabas.
-Jamás te amé, Amanda.
-Si me lo hubieras dicho, ahora tendrías un corazón latiendo...
-No lo necesito.

Amanda comprendió que él ya no era el hombre del cual se enamoró, era una bestia. Estaba perturbado por la muerte. Y ella pensó y trató de reconocer que Eduardo para ella, había muerto en el primero momento en que en su reflejo ya no existió más en sus ojos.

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