sábado

Sus grandes ojos que llenaban el vacío, podían hacer olvidarme del mal que vivíamos. La inocencia por la que la sociedad te excluye era la que hacía a él mirarme de esa forma. Una sonrisa que podía callar tormentas. 
La magnificencia de la gratitud hacia mi persona. Yo, quien creía darle de todo, y a la vez no podía darle nada. Me idolatraba a pesar que conocía muy bien a Dios. Era su persona favorita, era quien le podía enseñar el mundo y solamente con mis dulces palabras. 
Una voz tan suave y frágil que en cualquier momento podía destrozarse por culpa de la corrupción y las noches de pánico. 
- ¿Qué comeremos hoy, papá?
Y yo, sabiendo que no tengo nada para darle, le sonreí para que siguiera confiando en mí. 

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