domingo

Un dulce sueño

Y de repente abrí mis ojos y vi que el suelo se alejaba cada vez más de mí. Fue tan rápido que sentía nauseas y deseos de parar. Sentí temor y me aferré a lo más cercano que divisé, una pequeña y débil rama de un árbol viejo y sucio. Entonces comprendí que en verdad ese árbol era el que había crecido casi de la nada, sin darme cuenta, y la tierra estuvo intacta desde un comienzo. Miré abajo y en realidad era hermoso, no como lo vi en un principio. Un verde prado ajeno al horror de la ciudad. Niños jugando y corriendo de un lado a otro sin preocupación alguna. Un cielo color púrpura. Aves cantándoles al sol. Y vi a muchas personas caminando bajo el árbol, mientras se sacaban fotos o corrían, o caminaban de la mano, pero nadie veía que yo estaba ahí, en lo más alto del viejo y sucio árbol. Pero no me importaba, se veían tan felices todos que en verdad lo ultimo que me importaba era que su felicidad se fuera de la nada.
Volteé para mirar el otro lado del verde prado, pero en su lado opuesto había un rotundo cambio. Era un lugar lóbrego, terrorífico, horrible, un aire espeso, sin su perfecto y precioso sendero que se veía al otro lado, a o lejos se veían árboles quemándose, aves que morían por no tener el aire suficiente, hombres con capas que gozaban viendo sufrir a los animales que corrían.
Me sentí con la necesidad de bajar y gritarles a todos, de escupirle si fuera necesario. Cómo no podían vivir como los demás, como los que estaban a solo unos kilómetros de su lado. No podía entenderlo. Y bajé. Pero ahora nuevamente sentía que nunca podía llegar al suelo firme, trataba de volar, pero cada vez me sentía con menos fuerza para sostenerme a mí, la brisa en mi rostro me ardía.


Entonces sentí que me tomaste de mi mano, y flotamos. Te miré y me sonreíste, así igual como la primera vez que mi corazón latía tan fuerte ¿Te acuerdas? De un momento miré abajo, y ya no había temor, estábamos en el lado hermoso, en el lugar que no teníamos miedo, el lugar de las aves que cantaban, pero no quisiste bajar, quería solo volar, solos, de la mano, sin temor a nadie. No existían palabras entre nosotros, pero esas miradas significaban más que cualquier otra cosa. Así fue como llegamos volando nuevamente al viejo y sucio árbol, nos sentamos juntos mirando como moría en sol en el horizonte.
Y de repente cerré mis ojos…

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